Una Iniciativa Venezolana, pensando en la Paz y la Unión del Mundo Entero «Un Millón de Niños Rezando el Rosario por la Unión y la Paz» 2.012


¡Un Millón de Niños Rezando por la Unión y la Paz!

Apreciado amigo(a):

El Consejo Nacional de Laicos de Venezuela (CNL), desde el año 2.005 ha asumido con entusiasmo la coordinación y realización de una Campaña que tiene carácter internacional, puesto que ya otros países se han unido en esta iniciativa.

Queremos invitarte a acompañarnos en la jornada del rezo del Santo Rosario por la Unión y la Paz de un millón de niños, que nos invita a encontrar “El Tesoro de la Fe”; este año está organizada de la siguiente forma:

 

Jueves 18  de octubre: en los colegios               Sábado 20 de octubre: en las parroquias

Domingo 21 de octubre: en familia

Hora: 9:00 am

            Para ésta actividad no hay necesidad de movilizaciones, ni gastos especiales debido a que se llevará a cabo en las mismas instituciones educativas, según la creatividad de aquellas personas que se encarguen de esta jornada para los niños. El rezo del Santo Rosario, se hará, guiándose por el tríptico que proporcionamos. Si deseas conocer todo el material de la campaña lo puedes descargar de nuestra página web: www.unmillondeninos.org, desde el blog www. umnrezandoelrosario.wordpress.com y de nuestro Face Book : Un Millón de Niños.

Recuerda enviar tu testimonio a nuestro correo, con fotos y una pequeña reseña de la actividad, para publicarlo en la web.

Esperamos contar con tu apoyo para promocionar esta hermosa jornada de oración orientada a niños y jóvenes, con la idea de dar a conocer la devoción del Santo Rosario entre ellos, junto a dos valores muy importantes: la unión y la paz.

Consejo Nacional de Laicos de Venezuela

Teléfonos: (0058) 0212-393.09.47/264.71.03

Correos electrónicos:  unmillondeninosrezando@gmail.com, cnlaicosvenezuela@gmail.com

www.unmillondeninos.org / Facebook: Un Millón de Niños / Twitter:@rezandoumn

blog www. umnrezandoelrosario.wordpress.com

 

Visita del Papa Benedicto XVI a México…encuentro con niños y jóvenes


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Un grupo de jóvenes dio un regalo especial al Papa Benedicto XVI al inicio del primer día completo que estuvo en México.

Cerca del Colegio Miraflores, en el que se hospedó el Pontífice, unos 25 jóvenes se reunieron a las cinco de la mañana para cantarle «Las Mañanitas», una tradicional canción mexicana que se entona para celebrar los cumpleaños de las personas.

«Cantamos con todo nuestro corazón y con toda nuestra fuerza», dijo a The Associated Press, María Fernanda de Luna, originaria de la ciudad occidental de Guadalajara y una de las personas que cantó para el Pontifice.

«Se nos enchinaba (erizaba) la piel de cantarle las mañanitas», añadió.

Los jóvenes, que le cantaron desde un callejón cercano al colegio, dieron así una bienvenida similar a la que muchos mexicanos le otorgaban a Juan Pablo II, antecesor de Benedicto XVI, y quien mantuvo una estrecha relación con la feligresía mexicana al punto que lo llamó «El Papa Mexicano».

El itinerario papal de hoy incluye un encuentro en privado con el presidente Felipe Calderón y un saludo a un grupo de niños en una plaza de la ciudad de Guanajuato.

Un día después de su arribo a México, donde dijo que rezará especialmente por las víctimas de la violencia, y tras la serenata, el Pontífice inició el sábado sus actividades en la ciudad de León con una misa privada en la capilla del colegio, que lo albergará durante las tres noches que pernoctará en el país.

Benedicto XVI, quien está a punto de cumplir 85 años, dedicaró varias horas a actividades privadas y por la tarde se traslado de León a la ciudad de Guanajuato para encontrarse con Calderón, quien el día anterior lo recibió en una ceremonia oficial en el aeropuerto internacional de Guanajuato, donde agradeció que el Pontífice aceptara visitar un México que «ha sufrido… la violencia despiadada y descarnada de los delincuentes».

Tras el encuentro con el mandatario mexicano, el Papa acudió a la Plaza de la Paz de la ciudad de Guanajuato para encontrarse brevemente con los niños a quienes, le brindó un mensaje.

«¡Benedicto, hermano, ya eres mexicano!», repetían las personas que lo recibieron. Esa fue la misma frase que le dijeron a su antecesor, Juan Pablo II, quien estuvo en México en cinco ocasiones, aunque nunca en Guanajuato.

El vocero del Vaticano, Federico Lombardi, dijo la noche del viernes que Benedicto XVI busca continuar la labor de Juan Pablo II en México.

Benedicto XVI, que en casi siete años de pontificado nunca había visita un país de habla hispana en Latinoamérica, tuvo una calurosa bienvenida de miles de personas que entre gritos de júbilo lo aguardaron se extendieron a lo largo de los cerca de 32 kilómetros que recorrió desde el aeropuerto hasta el Colegio Miraflores.

Antes de su arribo, el Sumo Pontífice condenó la violencia de las drogas  en México y llamó a desenmascarar «las falsas promesas y mentiras del narcotráfico».

San Enrique de Ossó (sacerdote- catequista maestro)


«No mires tanto si te gusta o no te gusta una cosa, si es fácil o difícil, si es dulce o amarga, sino si Dios lo quiere».
 El deseo de una madre

Nació Enrique de Ossó el 16 de octubre de 1840, en el pintoresco pueblo catalán de Vinebre, de la provincia de Tarragona y perteneciente a la diócesis de Tortosa. Era el tercer hijo del matrimonio formado por Jaime de Ossó y Micaela Cervelló.

Los primeros años de Enrique transcurrieron en el ambiente de piedad propio de una familia cristiana. Su madre le educó con afecto y equilibrio en la austeridad de vida cristiana, en el amor a la Iglesia y en la devoción a la Virgen María.

Un día su madre le manifestó su deseo: ¡Hijo mío, Enrique, hazte sacerdote! ¡Qué alegría me darías! Pero el futuro fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús le contestó que quería ser maestro y no sacerdote. Años más tarde, el mismo Enrique explicaba: Sí, me hubiera gustado hacerme sacerdote, pero no me creía ni capaz ni digno de tan alto honor. En cambio, me parecía que, siendo maestro, haría mucho bien a los niños, enseñándoles el camino del cielo.

Hizo los estudios primarios en su pueblo natal, siendo después enviado por su padre a Quinto de Ebro y a Reus, para dedicarse al aprendizaje comercial. Estando en Reus, recibió la noticia de la enfermedad de su madre, atacada por el cólera. Micaela murió el 15 de septiembre de 1854. Antes de su muerte repitió a su hijo Enrique su deseo de que fuera sacerdote.

En Montserrat

Siendo adolescente decide ir a Montserrat buscando la soledad para entregarse a la oración y a la penitencia. En el santuario, donde es admitido como criado de la Virgen por los monjes y junto a la Moreneta, Enrique pasa unos días totalmente entregados a la piedad: se confiesa, reza largos ratos, contempla a la Virgen. Y es allí donde descubre, movido por la Vida de Santa Teresa de Jesús, su vocación al sacerdocio

Ocurrió en octubre de 1854. Jaime de Ossó llama a las puertas del Monasterio de Montserrat: ¿Está aquí mi hermano? Un muchacho de catorce años, alto, fuerte… Trabajaba de comerciante en Reus, y ha desaparecido. No tenemos ni una pista, a no ser una carta que mandó a mi padre hablando de servicio a Dios y de la huida del mundo…, y estos papeles sobre Montserrat que había en su maleta. ¿Ha venido por aquí? El fraile que le había recibido, sorprendido, dice: ¿El mendigo de la Virgen? Verás: la otra tarde llegó un chico andrajoso, con cara de cansado. Pidió pan, dio las gracias y entró en la iglesia. ¡Extraño muchacho! Pasa horas y horas delante de la Virgen. ¡Entra a ver! ¿Quién sabe?

Justo. Era él. Jaime, frente a su hermano Enrique, comprende que doña Micaela se ha salido con la suya. En Vinebre, a las orillas del Ebro, cuántas veces presenció la escena: Hijo mío, Enrique, hazte sacerdote. Y la respuesta del hijo: No, madre. Quiero ser maestro. Y la voz calculadora del padre, don Jaime, poniendo fin al diálogo familiar: Ni sacerdote ni maestro. ¡Comerciante es lo que da!

De comerciante, nada. No hay más que ver. ¡Si no le para el dinero en las manos! Ni la ropa en el cuerpo. ¿Esos andrajos, Enrique?, pregunta Jaime. Y la respuesta de Enrique: Pues… sólo llevaba lo puesto… y aquel chico era tan pobre… De comerciante, nada. Ya puede despedirse el padre de su sueño. ¿Maestro? ¡Tal vez! ¡Sacerdote! De eso Jaime ya no tiene la menor duda. Lo ve en los ojos de Enrique y se lo está oyendo como una oración: ¡Quiero ser sacerdote o ermitaño!

Aún no hace el mes de la muerte de la madre. ¡Esta doña Micaela! Jaime recoge la herencia y asume el compromiso: Ven, Enrique, vamos a casa. Serás sacerdote. Yo te ayudaré.

Seminarista

En el seminario fue un estudiante disciplinado, buen deportista, compañero, amigo de todos. Se puso un reglamento personal en el que siempre había tiempo para la oración y lectura formativa. Entre sus autores predilectos aparecen ya dos que dejarán honda huella en su espiritualidad: san Francisco de Sales y, sobre todo, santa Teresa de Jesús.

No eran fáciles los años de estudio para los seminaristas: régimen de externado, ambiente de materialismo y ebullición política. Buena ocasión para entrenarse en la lucha por un ideal.

Sus vacaciones también arrojan luz sobre el futuro de Enrique: o en Vinebre: cariño familiar, catequesis a los niños, convivencia con la gente sencilla; o en el Desierto de las Palmas: soledad, reflexión, silencio. Y siempre el dinero pasando por sus dedos para alimentar cuerpos o nutrir inteligencias. Incansable divulgador de opúsculos, folletos y libros.

En el año 1865 recibió, en la Ciudad Condal, de manos de monseñor Montserrat, la tonsura y las Órdenes menores; y en mayo del año siguiente, el mismo obispo le otorgó el subdiaconado, después de unos ejercicios espirituales dirigidos por san Antonio María Claret.

Los años del seminario han dibujado ya la rica personalidad de Enrique: Sirvo al Señor con alegría, escribió en la preparación para el subdiaconado. Sirvo. Es una afirmación -no un propósito- consecuencia de su dedicación plena.

Sacerdote

En abril de 1867 fue ordenado de diácono en Tortosa, y recibió la ordenación sacerdotal el 21 de septiembre del mismo año y en la misma ciudad. Quiso celebrar su primera Misa en Montserrat, bajo la mirada dulce de la Virgen Morena, la primera confidente de su decisión, trece años detrás: Seré sacerdote o ermitaño, y en una fiesta de Santa María, 7 de octubre, fiesta del Rosario.

Junto a Enrique está su padre, don Jaime, que no acaba de comprender las locuras del hijo. Y están, también, sus hermanos, familiares, amigos… Sólo un vacío notaba -comentaría más tarde el misacantano-: la presencia visible, corporal, de mi buena madre de este mundo. Pero, ¿qué importa? Estaba allí su espíritu…

Ya es sacerdote. En el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Enrique de Ossó se lee: Dándose cuenta del peligro que corría la fe de los hombres, especialmente de los jóvenes y adolescentes, a los que nadie daba el pan, se consagró completamente a la enseñanza del catecismo, a la predicación de misiones al pueblo y a la dirección de almas, entregándose a promover operarios que le ayudasen a cultivar el campo del Señor. Así, mientras en el seminario diocesano enseñaba física y matemáticas, por los pueblos y aldeas transmitía la ciencia de los santos, haciéndose todo para todos para salvarlos a costa de lo que fuera.

Mi primera vocación, maestro, solía decir Enrique de Ossó. Y fue maestro en toda la extensión de la palabra. A cara descubierta o en la clandestinidad. Desde la cátedra o con la pluma. Junto a los seminaristas o entre los niños y gente sencilla del pueblo. Donde apunte el error o crezca la ignorancia. ¡Siempre maestro! O mejor: ¡Sacerdote maestro! Éste es el secreto de su fecundidad.

Enrique de Ossó fue profesor de matemáticas en el Seminario de Tortosa hasta el año 1878. Diez años de labor eficiente y abnegada. Los alumnos elogiarán su competencia pedagógica: su exactitud y suave exigencia; pero recordarán de modo especial que Ossó era, más que todo y sobre todo, un sacerdote de cuerpo entero. Cuando se vive íntegramente una vocación, toda actividad es magisterio.

En Tortosa, cuando era seminarista, se hizo miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl (1859) y dedicaba todas las tardes de los jueves, domingos y fiestas a la atención de los enfermos más pobres del hospital. Tarea que no abandonó siendo sacerdote y catedrático del Seminario. Atendía los enfermos con cariño y delicadeza. Los lavaba, los peinaba, les cortaba las uñas…, cuantos menesteres pudiesen necesitar. Conversaba con ellos y, antes de marcharse, ya al atardecer, les repartía a cada uno alguna cosita. Los enfermos lo esperaban con ilusión. Se quedaban felices. Y si alguno de esos días iba alguien a buscar a mosén Enrique en el Seminario, allí la contestación era siempre la misma: Vayan al hospital. Allí lo encontrarán.

Publicaciones

Admira la múltiple acción pastoral de Enrique de Ossó, que siempre supo unir una oración incesante a una actividad apostólica incansable. Dándose cuenta del influjo creciente de la prensa en la sociedad, fundó el periódico El amigo del pueblo y la revista Santa Teresa de Jesús, y dirigió numerosos libros y opúsculos de piedad, de catequética, sobre el magisterio papal y de historia; los escribió y difundió, y procuró que se abriera una casa para vender los libros. Cabe destacar el Catecismo de los obreros y de los ricos, publicado en 1891, poco después de que León XIII publicara la encíclica Rerum novarum; y el Cuarto de hora de oración, redactado según la doctrina de la seráfica doctora y maestra Santa Teresa de Jesús.

En este libro se revela toda su grandeza de apóstol de la oración. Hoy se habla más, se escribe más y hasta se trabaja más -decía-, pero se reza menos, y sin la oración la palabra no da fruto, los escritos no mueven el corazón, el trabajo es menos agradable a Dios. ¡Oh almas…! Orad, orad, orad: la oración todo lo puede.

Otros libros son: El espíritu de Santa Teresa, antología de la santa de Ávila; Viva Jesús, librito editado en Barcelona en 1875, cuya finalidad era enseñar a los niños las vías de oración; El devoto josefino; Un mes en la escuela del Corazón de Jesús, que es la expresión más fiel y madura de su espiritualidad, centrada en el amor al divino Redentor.

Y especialmente fue un catequista genial. ¿Qué hacer con una ciudad envenenada por la corrupción, el odio, el materialismo? Enrique de Ossó no gastaba fuerzas ni tiempo en lamentaciones inútiles. Se lanzó a la conquista de los niños. El plan era ambicioso y arriesgado: una verdadera red abarcaba toda la ciudad de Tortosa. Enrique se reservó la zona más difícil, el Barrio de Pescadores, donde los insultos al sacerdote llegaban hasta la violencia. El golpe fue certero. En dos años, más de mil niños se habían convertidos en simpáticos repetidores del Evangelio por calles, plaza y hogares. Era una fuerza arrolladora que nadie podía contener.

Arrolladora, pero organizada, como fruto de la labor personal de mosén Enrique junto a sus catequistas. Para ellos escribió uno de sus mejores libros: Guía práctica del catequista. Como el árbol tenía vida, empezó a florecer. Y Tortosa vivió tiempos de conversión.

Enrique de Ossó no creó obras al azar para después darles contenido. Tenía, eso sí, ojos muy abiertos para detectar problemas y descubrir soluciones que, después de prudente reflexión, llevaba a la práctica con santa audacia. Y fue un organizador: nacida la obra, encaminada los primeros pasos, aseguraba la continuidad, delegaba responsabilidades y se retiraba a un discreto segundo plano. Desde allí podría ayudar cuando fuese necesario y concebir nuevas empresas. Se ha dicho de él que fue un luchador. Cierto, si se le considera como el apóstol que no escatimó esfuerzos ni escondió la mano ante las dificultades. Pero su misión fue más amplia: Enrique de Ossó fue un gran forjador de luchadores.

Rasgos de su espíritu

Cristo llenó toda su vida. Su ideal era identificarse con el Señor. En uno de sus libros escribió: Para conformarse a la vida de Jesucristo es necesario, sobre todo, estudiarla, meditarla, no sólo en su aspecto exterior, sino penetrando en los sentimientos, deseos, afectos e intenciones de Jesucristo, para hacer todo en unión perfecta con Él… El que obre así se transformará en Jesús y podrá decir con el Apóstol: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.

También sobresale en su vida la devoción a la Virgen María. Cuando enfermo de gravedad en Quinto de Ebro, su tío Juan hizo promesa a la Virgen del Pilar que, si su sobrino se curaba, peregrinarían los dos a Zaragoza, para rezarle ante su venerada imagen. Cuando Enrique recobró la salud, cumplieron la promesa. Siempre fue un ferviente devoto de la Virgen, con su alma enamorada de la Madre de Dios.

La Iglesia fue otro de sus grandes amores. En su epitafio quiso que se pusiera: Soy hijo de la Iglesia. Suyas son estas palabras: ¡Oh Iglesia santa, católica, apostólica, romana… que se me pegue la lengua al paladar y se seque mi mano derecha si no te amo, no te bendigo, no te respeto, no te obedezco, no te defiendo como a mi más amada y buena Madre, siempre, siempre, siempre!

Fue característico de san Enrique de Ossó su gran devoción a santa Teresa de Jesús. Un biógrafo suyo escribió: El fuego que devoraba a Enrique eran chispas del corazón de la Santa. Acercarse a Teresa significaba acercarse más estrechamente al Señor (…). No ignoraba  nada de lo que se refiere a la Santa: teología, ascética, elocuencia, literatura, arte; conoce todo lo que se refiere a la Madre Teresa, que estima y venera por su virtud, por sus obras y por su doctrina. Doctrina que él reconoce y proclama segura, profunda y clara. Esto le lleva a una iniciativa atrevida: por lo que sabemos fue el primero en lanzar la idea de pedir al Papa la declaración de santa Teresa como Doctora de la Iglesia.

Fundador

Pero, sin duda, la mayor gloria de san Enrique de Ossó fue haber descubierto la potencia transformadora de la mujer. El mundo será lo que sean las mujeres -decía-. Vosotras sois quienes habéis de decidir y sentenciar sin apelación si la familia y el individuo, y por consiguiente, si la sociedad entera, ha de ser de Jesucristo…

Asomado a la historia para caminar con paso firme hacia el futuro, recogió la antorcha reformadora de manos de Teresa de Jesús. Ella, con María, sería el modelo; sus escritos, alimento y guía. Toda joven católica podrá imitarla en la oración, en la generosidad, en la fe viva y práctica, y en el amor a Dios y al prójimo…, decía.

En el año 1876 fundó una Congregación  religiosa femenina, la Compañía de Santa Teresa de Jesús, con el fin de conocer y amar a Jesús y hacerlo conocer y amar por todos, y que colabore en la Iglesia en la formación, sobre todo, de la mujer.

En el ya citado Decreto sobre la heroicidad de las virtudes, está escrito: En nombre del Ordinario de Tarragona admitió a las primeras religiosas el 1 de enero de 1879, formándolas después santamente en el seguimiento de Jesucristo, con el fin de que se dedicasen totalmente a la educación de la mujer. Había intuido que la mujer tendría un papel cada vez más importante en la familia y en la sociedad y estaba convencido de que solamente teniendo una buena formación humana e intelectual y estando penetrada del espíritu del Evangelio, podría la mujer desarrollar su misión.

Siempre fue un hombre con mucha fe en Dios y procuraba contagiarla a los que estaban a su lado. En una ocasión faltaban mil pesetas (las de entonces) para pagar a los obreros en la obra del Colegio de Ganduxer, perteneciente a la Compañía de Santa Teresa de Jesús. La hermana encargada de hacer los pagos fue a decírselo a su fundador: ¿Qué hacemos, Padre?, le preguntó. Él contestó con tranquilidad: Buscarlas, hija. La hermana insistió: ¿Dónde? Enrique de Ossó repitió que saliesen a buscarlas y añadió: Pero con mucha fe en Dios. Con mucha fe. Acompañada de otra hermana salieron de la casa, sin saber a dónde ir para pedir mil pesetas por amor de Dios. Indecisas, vacilaban sobre el camino a seguir. Una dijo: Vayamos a la derecha. Y así lo hicieron. Llamaron a una casa, al azar. Expusieron a quien les abrió la necesidad en que se encontraban. Aunque todo lo habían hecho con la fe que su fundador les había recomendado, no dejaron de sorprenderse cuando recibieron esta contestación: Precisamente, hace unos momentos nos acaban de traer doscientos duros para ustedes. Aquí están. Ya se puede suponer cómo volvieron a contárselo a su santo fundador.

Otra vez, una hermana  de su Congregación estaba sufriendo mucho por una situación familiar; don Enrique la llamó a su despacho y después de que la religiosa le contara su aflicción, le dijo: Si dependiera de mí la solución de esto que tanto te aflige, ¿dudarías que se resolvería todo para bien? Ella contestó sin vacilar: No, Padre. Entonces le dijo: Pues está la solución en las manos de tu Padre Dios que te ama mucho más de lo que yo ni nadie podemos quererte, ¿por qué temes y desconfías? Con lo que la religiosa encontró consuelo y verdadera confianza.

Muerte y fama de santidad

El 2 de enero de 1896 Enrique de Ossó llegó al convento franciscano de Sancti Spiritus de Gilet (Valencia) para pasar unos días de retiro. Del 6 al 13 hizo los Ejercicios Espirituales. En la noche del 27 de enero el Señor llamó a sí a Enrique de Ossó, repentina pero no improvisamente. Sus últimos días transcurrieron en un clima de contemplación. En el profundo recogimiento y silencio del cenobio de los frailes menores escribió un Pequeño tratado sobre la vida místicaNovena al Espíritu Santo. y una

La fama de santidad que gozaba ya en vida, fue creciendo después de su muerte. En el año 1923 dos religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús se curaron milagrosamente de graves enfermedades por intervención de su santo fundador. Dos años después se abrieron los procesos ordinarios informativos en Tortosa y Barcelona, para la causa de beatificación del Siervo de Dios.

En 1927 tiene lugar la apertura del proceso informativo en Roma. En 1956 la Postulación General de la Orden Carmelitana se hace cargo de la Causa. En el mismo año es la Apertura del Proceso Super non cultu, en Tortosa. En 1967 se clausuran los Procesos Apostólicos en Tortosa, y se envían a la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos.

El 15 de mayo de 1976, el papa Pablo VI dispone la publicación del Decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Enrique de Ossó. Tres años después, el 10 de mayo de 1979, después de ser aprobado por el papa Juan Pablo II, se publica el decreto sobre el carácter milagroso de las dos curaciones antes referidas. El 14 de octubre de 1979, Juan Pablo II declara beato a Enrique de Ossó.

Canonización

El 16 de junio de 1993 el papa Juan Pablo II, durante su cuarto viaje apostólico a España, canonizó a Enrique de Ossó. La ceremonia tuvo lugar en la madrileña plaza de Colón, durante la Eucaristía con el Pueblo de Dios. Era la segunda vez en el pontificado de Juan Pablo II que se celebraba una canonización fuera de Roma. La primera fue la de san Ezequiel Moreno, agustino recoleto español, obispo de Pasto (Colombia), y que Juan Pablo II canonizó en Santo Domingo el 11 de octubre de 1992.

Juan Pablo II, en la homilía de la ceremonia de canonización, dice: Enrique de Ossó buscó y encontró la sabiduría; la prefirió a los cetros, a los tronos y a la riqueza. Desde su juventud, al abandonar la casa paterna, refugiándose en el monasterio de Montserrat, sintió que Dios le llamaba para hacerle partícipe de su amistad. Seducido por la luz que no tiene ocaso encontró “el tesoro inagotable” y lo dejó todo para poseerlo. Su padre quería que fuera comerciante; y él, como el comerciante de la parábola evangélica, prefirió la perla de gran valor, que es Jesucristo. El amor a Jesucristo le condujo al sacerdocio, y en el ministerio sacerdotal, Enrique de Ossó encontró la clave para vivir su identificación con Cristo y su celo apostólico. Como “buen soldado de Cristo Jesús” tomó parte en los trabajos del Evangelio y encontró fuerzas en la gracia divina para comunicar a los demás la sabiduría que había recibido. Su vida fue, en todo momento, contacto íntimo con Jesús, abnegación y sacrificio, generosa entrega apostólica.

Más adelante, continuaba el Romano Pontífice su homilía, glosando la vida del santo catalán, que transcurrió en el siglo XIX en una época difícil, con una España dividida por guerras civiles y alterada por movimientos laicistas y anticlericales, con estas palabras: De la mano de Teresa de Jesús, Enrique de Ossó entiende que el amor a Cristo tiene que ser el centro de su obra. Un amor a Cristo que cautive y arrebate a los hombres ganándolos para el Evangelio. Urgido por este amor, este ejemplar sacerdote, nacido en Cataluña, dirigirá su acción a los niños más necesitados, a los jóvenes labradores, a todos los hombres, sin distinción de edad o condición social; y, muy especialmente, dirigió su quehacer apostólico a la mujer, consciente de su capacidad para transformar la sociedad: “El mundo ha sido siempre -decía- lo que le han hecho las mujeres. Un mundo hecho por vosotras, formadas según el modelo de la Virgen María con las enseñanzas de Teresa”. Este ardiente deseo de que Jesucristo fuera conocido y amado por todo el mundo hizo que Enrique de Ossó centrase toda su actividad apostólica en la catequesis. En la cátedra del Seminario de Tortosa, o con los niños y la gente sencilla del pueblo, el virtuoso sacerdote revela el rostro de Cristo Maestro que, compadecido de la gente, les enseñaba el camino del Cielo.

Concluía Juan Pablo II: Su espíritu está marcado por la centralidad de la persona de Jesucristo. “Pensar, sentir, amar como Cristo Jesús; obrar, conversar o hablar con Él; conformar, en una palabra, toda nuestra vida con la de Cristo; revestirnos de Cristo Jesús es nuestra ocupación esencial”. Y junto a Cristo, profesaba una piedad mariana entrañable y profunda, así como una admiración por el valor educativo de la persona y la obra de santa Teresa de Jesús.

 

EL MUNDO DE LA DOCENCIA…¡ÁNIMO MAESTROS Y PROFESORES!


Ahora que está empezando un nuevo curso escolar, con lo difícil que está el mundo educativo porque difícil es este mundo secularizado (sin interés, sin autoridad, nivel bajísimo en todo, etc.), los docentes deben armarse de una gran visión espiritual, de un sentido cristiano de su labor, para saber adónde deben llegar y animarse en su paciente trabajo.

De forma más especial aún, los colegios católicos con ideario católico: ¡deben ser tales, formando católicos, pues eso esperan los padres de ellos! Aquí se incluye la abnegada labor de muchos religiosos y religiosas consagrados a la enseñanza. Tienen en sus manos a muchísimos jóvenes y no es suficiente darles clases, y luego hablar de «valores», «tolerancia», «paz»… sino un aprendizaje de ser persona con sólidos principios católicos.
 
Los maestros y los religiosos de la enseñanza son educadores: esto es siempre algo más que la transmisión de unos contenidos prescritos por un programa con unos créditos y «objetivos». Es colaborar con Cristo en el desarrollo plenamente humano y sobrenatural de sus alumnos.
 
Prefiero dejar la palabra al Santo Padre. Orienta al profesorado a realizar cristianamente su docencia.
 
«A todos los hombres y mujeres que dedican sus vidas a enseñar a los jóvenes, deseo manifestarles mis sentimientos de profundo agradecimiento. Formáis a las nuevas generaciones no sólo en el conocimiento de la fe, sino en cada aspecto de lo que significa vivir como ciudadanos maduros y responsables en el mundo actual.
 
Como sabéis, la tarea de un maestro no es sencillamente comunicar información o proporcionar capacitación en unas habilidades orientadas al beneficio económico de la sociedad; la educación no es y nunca debe considerarse como algo meramente utilitario. Se trata de la formación de la persona humana, preparándola para vivir en plenitud. En una palabra, se trata de impartir sabiduría. Y la verdadera sabiduría es inseparable del conocimiento del Creador, porque «en sus manos estamos nosotros y nuestras palabras y toda la prudencia y destreza de nuestras obras» (Sab 7,16)…
 
Al mirar a mi alrededor hoy en día, veo a muchos religiosos de vida activa cuyo carisma incluye la educación de los jóvenes. Ello me ofrece la oportunidad de dar gracias a Dios por la vida y obra de la Venerable María Ward, originaria de esta tierra, cuya visión de la vida religiosa apostólica femenina ha dado tantos frutos. Yo mismo, siendo niño, fui educado por las “Damas Inglesas”, y tengo hacia ellas una profunda deuda de gratitud. Muchos pertenecéis a congregaciones dedicadas a la enseñanza, que han llevado la luz del Evangelio a tierras lejanas, como parte de la gran obra misionera de la Iglesia. También doy gracias a Dios por esto y le alabo. A menudo, pusisteis las bases de la previsión educativa mucho antes de que el Estado asumiera la responsabilidad de este servicio vital tanto para el individuo como para la sociedad. Como los papeles respectivos de la Iglesia y el Estado en el ámbito de la educación siguen evolucionando, nunca olvidéis que los religiosos tienen una única contribución que ofrecer a este apostolado, sobre todo a través de sus vidas consagradas a Dios y por medio de su fidelidad: el testimonio de amor a Cristo, el Maestro por excelencia.

 
En efecto, la presencia de los religiosos en las escuelas católicas es un signo que recuerda intensamente el tan discutido ethos católico que debe permear todos los aspectos de la vida escolar. Esto va más allá de la evidente exigencia de que el contenido de la enseñanza concuerde siempre con la doctrina de la Iglesia. Se trata de que la vida de fe sea la fuerza impulsora de toda actividad escolar, para que la misión de la Iglesia se desarrolle con eficacia, y los jóvenes puedan descubrir la alegría de participar en «el ser para los demás», propio de Cristo (cf. Spe Salvi, 28)» (Benedicto XVI, Colegio Universitario Santa María de Twickenham (London Borough of Richmond), 17-septiembre-2010).

Entiendo que para muchos docentes es descorazonador el hecho de lo que se encuentran realmente por delante, cada día, en las aulas.

Los sujetos -alumnos- de varias generaciones hasta hoy están fragmentados, tienen muy poca consistencia humana, existen divisiones interiores. El «humanum» está muy resentido, muy dañado. Son sujetos muy débiles, quebradizos, y por tanto apáticos ante toda realidad que podría ser sugerente, nulo deseo de adquirir algo que sustente sus vidas, una voluntad sin virtudes que se mueve a resorte de impulsos exteriores… Por desgracia hay que sumar, ante esta emergencia educativa en la que vivimos, la abdicación de muchísimos padres a su tarea de educar, con una disfunción entre lo que se le deja hacer al niño o joven en su casa y lo que se le intenta educar en la enseñanza. Los padres, en general, colaboran poco, antes bien, incluso quitan la razón a los profesores para darlas a los hijos malcriados.

Pero… este artículo, con las palabras del Papa, pretende ser aliento y ánimo para los docentes. Cuando realizan su vocación docente con espíritu sobrenatural saben que por delante tienen almas a las que darles forma, personas de las que extraer lo mejor de ellas mismas dándoles oportunidades de descubrir, crecer, buscar. Son, en definitiva, maestros que imparten Sabiduría.

Javier Sánchez Martínez/RL